Esta infraestructura hidráulica, actualmente inutilizada, fue proyectada por el ingeniero Juan de Ribera Piferrer, siguiendo el modelo de las cisternas romanas. En su enorme planta rectangular, de 125 metros de largo y 86 metros de ancho, se suceden nada menos que 484 pilares, distribuidos en dos vasos contiguos, que permiten almacenar hasta 58.540 metros cúbicos de agua.
Pero centrémonos en la fuente, el único elemento ornamental presente en este complejo claramente funcional, que preside su fachada principal. Se trata de una fuente muraria, que recurre a pautas clasicistas, con un toque romántico, en la línea, y salvando las distancias, de la majestuosa Fontana de Trevi (1732-1762), de Roma.
Como ésta, posee un aire muy escenográfico. Planteada como un gran escenario en plena calle, presenta fábrica de ladrillo visto en los paños, de granito en los elementos estructurales y de caliza en los decorativos. Está estructurada en tres cuerpos principales, separados por cuatro grupos de pilastras corintias, que se disponen pareadas.
El central está integrado por una hornacina de cuarto de esfera, concebida a modo de arco triunfal. Las similitudes con la Fontana de Trevi son muy evidentes, no sólo en lo que respecta a su configuración, sino también al grupo escultórico de su interior, consistente en una figura masculina, cuya actitud e inclinación de cabeza recuerdan al Neptuno que decora la fuente romana.
Esta escultura se debe a Sabino de Medina (1814-1879), que, por entonces, ostentaba el puesto de Escultor de la Villa. Se trata de una alegoría del río Lozoya, personificado en un esbelto joven, que pisa con uno de sus pies una vasija, asentada sobre un conjunto de rocas, que dan forma a una cascada (de nuevo se observa la influencia de la Fontana de Trevi).
Tal planteamiento se aparta de la tradición clásica, que, muy marcada por la estatua del Nilo conservada en los Museos Vaticanos, casi siempre ha representado a los ríos mediante un anciano barbado, reclinado sobre el costado. Sin ir más lejos, las alegorías del Manzanares y Jarama del Monumento a Felipe IV, de la Plaza de Oriente, siguen este modelo.
Cada uno de los dos cuerpos laterales está formado por dos cavidades, una cuadrangular, donde se aloja un escudo, y otra rectangular, con un grupo escultórico. El situado en el lado meridional es una alegoría de la Agricultura, obra de Andrés Rodríguez, mientras que, en el flanco septentrional, se levanta la Industria, realizada por José Pagnucci.
El conjunto queda rematado en la parte superior por una cornisa corrida. A sus pies se asienta un pilón de planta semicircular, que recoge las aguas que vierte la cascada. Fue limpiado en 1992 y restaurado en el año 2000.