Llevo muchos años viviendo sobre la faz de la tierra 
y miles mas viviendo en las tinieblas eternas...
Soy un alma solitaria y creo que seguiré así hasta el fin de mis tiempos...
Me gusta alimentarme al despertar...
Y nunca me alimento de la sangre de los animales...
No hay nada que me sacie mas que la sangre de los humanos...
La noche es parte de mi esencia...Su oscuridad es mi cómplice... 
Y la luna es mi amada eterna... 
Uno de mis placeres son los libros y la observación nocturna...
Se que tal vez no lo creas...Pero soy la madre y reina de los vampiros...
Si es que aún quedan de ellos sobre la faz de la tierra...
Puedes seguir tu camino o detenerte ante mi...Y caminar a mi lado...
Seras aceptado solo si crees en la magia...
Si es así...Sigue mis pasos...En este mundo que ante ti se abre..

domingo, 8 de enero de 2017

BLIMEA - ASTURIAS LA LEYENDA DEL CASTILLO DE BLIMEA

Cuenta la leyenda que desde la edad media, fue el Castillo casa de señorío y misericordia, dando sustento a quien desfallecía y cobijo a quien lo necesitaba, cualquiera que fuese.

El dueño del Castillo era un noble hidalgo, señor de todo el valle, hombre misericordioso y tranquilo, que tenía por una de sus costumbres asomarse a las almenas para contemplar sus dominios, prefiriendo estos pasatiempos tranquilos, a la ferocidad de la guerra.

El buen hombre tenía solo una hija, de nombre Florinda, a la que todos los habitantes de la comarca querían, por su virtud, su piedad y su belleza. Florinda era pretendida por todos los infanzones de los alrededores, que desfilaban diariamente hacia el castillo en bellos corceles.

Sin embargo, ninguno se había ganado el amor de la muchacha, y tampoco se atrevían a decirle nada mas, conformándose con su amistad. Solo el señor de Buelga (Parroquia de Ciaño, en Langreo), sentía herido su orgullo, y decidió que la haría su esposa fuese como fuese, así pues, con promesas y zalamerías, consiguió el permiso del Señor de Blimea para desposarla.

Cierto día, llamo el padre a la hija, y le comunico la decisión de que se desposase con el señor de Buelga. Los ojos de la joven se ensombrecieron, y las lágrimas acudieron a ellos. Su padre, sorprendido y apenado por la reacción de la doncella, a la que adoraba mas que a su propia vida, y nunca quiso causar pesar alguno, le pregunto que le pasaba.

Florinda, aun con la voz ahogada por la emoción, pero firme y resuelta, confeso a su padre que su corazón ya lo había entregado a otro hombre. El anciano hidalgo quiso saber su nombre y si tenía un buen linaje, como correspondía a su hija, por la noble cuna en la que había nacido.

La joven bajo los ojos, sin responder, y el padre supo que se trataba de un labriego. El buen hombre, tuvo un momento de debilidad y furia, ya que por propio egoísmo paterno, aspiraba para su hija un noble de gran prestigio y linaje.

“-Un villano!! - Gritó- Debería hacerle pagar cara su osadía y colgarle de la almena mas alta del castillo”

Florinda, sorprendida por ver a su padre así, y con el miedo metido en el cuerpo, juro y perjuro que jamás le diría su nombre, y que primero se mataría antes de desposarse con otro que no fuera su amado.

El hidalgo de Blimea aun seguía montado en cólera, y amenazo con meterla en un convento si no se casaba con el señor de Buelga, y prohibiéndole volver a mencionar al villano.

En un último arranque de ira, la encerró en un torreón y mando recado al de Buelga, anunciándole su consentimiento.

Pasaban los días, y en el castillo la agitación era grande, por los preparativos de la boda de Florinda y el señor de Buelga. Llegado el gran día, a primera hora de la mañana, unos fuertes golpes sonaron en la puerta del castillo.

El señor de Blimea, seguido de su sequito, corrió a abrir la puerta, extrañado por los golpes tan fuertes.

Su sorpresa fue en aumento, al encontrar a un apuesto joven, servidor suyo, que con semblante emocionado y terriblemente apenado, le dijo:

“-Ved, señor, el tributo que cuesta separar a dos almas que se aman desde niños; para librar a mi amada de los brazos de otro hombre, yo mismo le he dado muerte. Ella me lo suplico y yo he cumplido su ruego”

El noble, horrorizado, le pregunta el nombre de la desgraciada.

“-Su hija, señor”

El señor de Blimea suelta un alarido que se oye en todo el valle, esta próximo a volverse loco de pena y de furia, pero sobreponiéndose, y en un supremo esfuerzo, se contuvo, y le dijo:

“-Libre eres, mi casa es una casa de señorío y misericordia”

“-Gracias señor -responde el mancebo- vuestra sangre es tan noble como el apellido que lleváis, pero ved lo que hago con la libertad que tan generosamente me otorgáis”

Y sacando un puñal aun rojo por la sangre de la amada, se lo hundió en el corazón suicidandose. De esta tragedia fue testigo mudo el Castillo de Blimea.


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