Llevo muchos años viviendo sobre la faz de la tierra 
y miles mas viviendo en las tinieblas eternas...
Soy un alma solitaria y creo que seguiré así hasta el fin de mis tiempos...
Me gusta alimentarme al despertar...
Y nunca me alimento de la sangre de los animales...
No hay nada que me sacie mas que la sangre de los humanos...
La noche es parte de mi esencia...Su oscuridad es mi cómplice... 
Y la luna es mi amada eterna... 
Uno de mis placeres son los libros y la observación nocturna...
Se que tal vez no lo creas...Pero soy la madre y reina de los vampiros...
Si es que aún quedan de ellos sobre la faz de la tierra...
Puedes seguir tu camino o detenerte ante mi...Y caminar a mi lado...
Seras aceptado solo si crees en la magia...
Si es así...Sigue mis pasos...En este mundo que ante ti se abre..

lunes, 9 de enero de 2017

LA LEYENDA DEL ALCÁZAR

Comienza la leyenda cuando corría el año 1366 y reinaba en Castilla Don Pedro I, para unos “El Cruel” y para otros “El Justiciero”. Empeñado en una lucha a muerte con su hermanastro Don Enrique de Trastamara, por quien la ciudad de Segovia, junto con su Alcázar, había levantado bandera a su favor reconociéndolo como Rey y ofreciéndole todo su apoyo en huestes y mesnadas, así como seguro refugio para él y su familia, en los gruesos muros de su Alcázar.

En la mañana del día 22 de julio de ese año (1366), en una de las salas del Alcázar, denominada del “Pabellón” o del “Solio”, se encontraba jugando, bajo la custodia de su ama, el Infante Don Pedro, niño a la sazón de unos 8 años de edad ( y no un niño de pecho, como dice otra versión de la misma leyenda), hijo bastardo, pero reconocido por su padre, de Don Enrique de Trastamara, al que, como se ha dicho anteriormente, ya Segovia le había reconocido como de la realeza, aunque legalmente no lo fuera hasta tres años mas tarde, al hundir Don Enrique su puñal fratricida en el pecho de su hermano Don Pedro I de Castilla, en la trágica jornada de Montiel, el 23 de marzo de 1369.

Encontrábase jugando, el Infantito Don Pedro, en esa aciaga mañana de julio de 1366 en una de las Salas antedichas, cuando en un descuido de su ama, o en un movimiento brusco del niño que esta no pudo contener a tiempo, hizo que al asomarse éste al alféizar de una ventana de dicha sala, cayese al vacío desde tan considerable altura, yendo a estrellarse sobre las piedras del foso del Alcázar.

En ese instante, trastornada su ama por el horror y el espanto de ver caer al tierno Infante, la infeliz mujer, temerosa del castigo que, a buen seguro, le aguardaba, o tal vez cegada por el cariño que profesaba al niño o compelida por el remordimiento, se arrojó por la misma ventana en la que cayó el Infante, yendo a estrellarse su cuerpo junto al del malogrado niño, que no había sabido guardar debidamente.

Una Cruz de Hierro situada en el lugar en que cayeron ambos, recuerda a la posteridad tan trágico suceso.




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